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“Mi sueño frustrado era ser bailarina de ballet profesional; no solo no estuve en una escuela clásica, sino que no tengo las características físicas para serlo. Las bailarinas tienen que ser altas, planas y flacas. Además, es muy difícil competir, con las oportunidades que hay en Colombia. En otros países, las niñas están en academias clásicas desde los tres años, y cuando tú llegas allá te llevan mucha ventaja, son unas duras”.

María Lucía empezó a bailar a los siete, en los extracurriculares del colegio. Alguna vez quiso meterse a básquet, pero el año siguiente volvió a ballet, arrepentida; después no se fue más. Cuando estaba en bachillerato bailaba con el grupo de primaria porque ya nadie de su edad quería meterse a ballet.

 

Fue el profesor del colegio el que le recomendó a sus papás que la metieran a algo por fuera, algo más exigente. “Yo soy un poco psicorígida, por eso mi mamá tenía miedo de meterme a una academia de ballet profesional… decía que me iba a enloquecer, y probablemente habría pasado, por eso me metí a Misi”. 

 

Al principio, solo podía ver algunas clases, porque no le quedaba tiempo para cumplir con el colegio. Cuando se graduó, en 2013, pudo dedicarse por completo a eso. Está todos los días ensayando de ocho de la mañana a nueve de la noche. Lo testifican unas zapatillas negras y curtidas, que parecen del siglo pasado, pero apenas las estrenó al principio del semestre. En contraste con las nuevas, recién compradas y cosidas por ella misma, parecen recién llegadas de una guerra. “Prefiero las puntas viejas, con ellas te paras mejor. Son más cómodas, más blanditas”.

María Lucía usa pocos accesorios. Aunque casi nunca tiene aretes, pulseras o collares, siempre lleva una manilla deshilachada alrededor del tobillo izquierdo y una cadena que le regaló su mamá cuando cumplió 18 años, el dije es una bailarina de ballet.

 

 

 

Con su familia siempre ha tenido muy buena relación, en especial con su mamá. Ella ha sido la persona más cercana durante toda su vida y la ha apoyado siempre, aunque a la hora de escoger una carrera surgieron algunos problemas: “Ella quería que yo estudiara comunicación o administración, algo que complementara el baile, porque es una carrera que suele durar poco. Le daba mucho miedo. Aunque yo la entiendo, hubo muchas peleas por eso; al final yo hice lo que quería y ella está más tranquila”. Su papá es muy callado, poco expresivo, y a su hermano mayor no lo ve mucho, pero siempre se han llevado muy bien y algunas veces conversan durante horas. Los domingos intentan almorzar los cuatro juntos y, aunque son muy diferentes, se entienden muy bien. 

A pesar del poco tiempo que le queda para hacer otras cosas, María Lucía tiene novio hace seis meses. “Lo bueno es que es igual a mí, desprendido. No le importa si no nos vemos y no me está reclamando todo el tiempo, él también está en sus cosas… "Antes tenía otro, pero esa relación si era difícil, era muy intenso y creía que nos íbamos a casar. Obvio no, amigo".

 

Sobre su cama, junto a otros peluches, María Lucía nos muestra al oso Tomás. Se lo regalaron cuando tenía ocho años, lo llevaba a todas partes y lloraba desesperadamente si no lo encontraba. “Antes tenía ropa y yo lo cambiaba, pero ahora no sé dónde estarán sus mudas. Todavía duermo con él algunas noches”.

 

Sobre la mesa hay una carta que María Lucía recibió hace dos meses, y que augura nuevos viajes para Tomás y para ella: es la carta de admisión a la universidad de York, en Canadá, donde fue elegida entre miles de aspirantes para estudiar danza y gestión cultural. No se trata del gran sueño, pero podrá aprender muchas cosas y centrarse en un enfoque más cultural, de gestión de proyectos, para impulsar en Colombia las escuelas que a ella le hicieron falta. Además, le encanta trabajar con niños.

 

Otros de sus objetos esenciales son algunos libros, pero la costumbre de leer se le ha quitado con los ensayos. “Hace seis meses que no me leo un libro completo, cuando llego a mi casa a las 9 de la noche sólo quiero dormir, para madrugar al día siguiente”.

 

 

 

“Yo soy un poco psicorígida, por eso mi mamá tenía miedo de meterme a una academia de ballet profesional… decía que me iba a enloquecer, y probablemente habría pasado..."

Por Santiago Llano

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