top of page

A las cuatro de la tarde, se empieza a sentir el olor a pollo parmesano. Dilma- o Dilma del Carmen-, de caderas anchas, piel morena y pecas distribuidas por su cara, se mueve de un lado a otro, recogiendo sus cosas, mientras el pollo está listo, hasta que encuentra su bolso azul petróleo. De él saca un bolsa Ziploc, llena de folletos de viaje: “Uno de los días más felices que he tenido fue cuando mi marido me propuso que nos fuéramos en tren a la mina de sal” dice, sonriendo, trazando en la comisura de sus ojos unas ligeras patas de gallo. “Había tomado un video en el tren divino y habíamos tomado fotos con el celular, pero me lo raponearon”, me dice, bajando un poco al cara y moviendo la cabeza de un lado a otro, “pero al menos me quedan las memorias, esas no me las pueden robar”, comenta con un gesto de resignación.

 


A su marido, Mauricio, un hombre alto, moreno, que rara vez se deja bigote, lo conoció en un baile. La habían invitado a la despedida de soltero de un primo de él y bailaron hasta el cansancio. Él la empezó a llamar “y hasta el sol de hoy han pasado siete años y seguimos juntos”, afirma. Cuando se casaron, Dilma tenía 36 años, ahora, apoyada con su codo sobre el mesón, le pregunto ¿no es muy difícil convivir con alguien? “No, yo antes siento que es una ayuda” me responde, y se queda callada unos segundos, mirado hacia la ventana. “También es que yo le tengo mucho miedo a la soledad y él es mi compañía”.

 

 

“Cuando le toca a uno, le toca a uno”

 

Por Adela Cardona 

Quizá ese miedo le viene de haber crecido en Sincelejo rodeada de gente, de no haberse enfrentado nunca el silencio: “yo tengo nueve hermanos y siempre había alguien cuando yo llegaba a casa en las tardes”. Los hermanos la molestaban, cuando estaba pequeña, porque no sabía saltar “no era capaz de brincarme los muros… de pronto es por mis piernas, nunca me han gustado, son demasiado flacas” dice, mirándolas mientras yo pienso en las miles de mujeres que se someten a dietas para tener piernas delgadas, como las de ella. Es curioso que un mundo dominado por Kate Moss y la talla 0, ella prefiera tener piernas “gorditas, no sé, más grandes”.

¿Cómo terminaste en Bogotá?, le pregunto: “Una de mis hermanas, Denis del Cristo, se venía para Bogotá y yo me vine detrás de ella, cuando tenía como diecisiete años. Terminé trabajando cuidando a unos gemelos, cocinando y organizando su casa… Ahora trabajo para la Señora Conchita, antes cuidaba a sus niños, pero ya se crecieron”. Carolina y Daniel son los niños que habitaban la casa en la que trabaja ahora Dilma: “Ella es como nuestra segunda mamá” me dijo Carolina al entrevistarla, “nos acompañaba a ver películas de miedo, cuando hacíamos pijamada y mis papás no estaban, para que no nos sintiéramos solos”.

 

¿Y tus papás? ¿Siguen en Sincelejo?, le pregunto a Dilma: “Mi papá sí. Tiene ochenta siete años y sigue siendo muy activo...De pronto porque en ese tiempo no se comía tanta azúcar”. ¿Y tú mamá? “Ella tenía unos dolores raros, pero no le ponía cuidado… cuando la llevamos al médico ya no había nada que hacer.” me dice, mientras la comisura izquierda de su boca se curva ligeramente hacia abajo y evita mi mirada “ a los veinte días de haberle hecho la biopsia se murió de cáncer de hígado” afirma, quedándose callada un momento antes de voltearse y mirarme, con sus almendrosos ojos café,  y decirme: “Cuando le toca a uno le toca a uno”. 

bottom of page