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Ana es una persona muy tranquila. En sociedad no habla mucho, pero su timidez aparente es más distracción que otra cosa. “Yo estoy ahí; si me hablas, bien, si no, no importa, pero nunca estoy brava. La única que logra sacarme la piedra de verdad es mi hermana, Luisa”. A pesar de las peleas con ella, que tiene dieciocho años y estudia arte, confía en ella y la quiere porque, al fin y al cabo “familia es familia”.

 

 

La relación con su familia es muy buena. Vive con sus papás, con su hermana menor y Luna, una perrita schnauzer, que no para de ladrar hasta que la consienten. Comparten muchas actividades juntos, como ver películas y llenar el álbum del mundial.

 

De su madrina guarda especialmente un collar, que le regaló hace muchos años, sólo se lo quita para dormir porque se enreda. Además, usa siempre unas candongas de oro, que le regalaron cuando cumplió un año. De su papá, heredó un gusto especial por los objetos, el de coleccionar cosas. Esto se hace evidente desde la entrada a su casa, donde están dispuestas decenas de carros y motos; además de cientos de objetos diferentes, alusivos a los Beatles. Siguiendo hacia su cuarto, nos encontramos con las colecciones de Ana, todas ellas con una historia significativa.

 

 

En primer lugar, muchas boletas de cine viejas aparecen enrolladas en un caucho verde, su color favorito. Esta colección muestra la afición de Ana por películas de todo tipo. Además, en la puerta de su closet están pegados los códigos de barras de las películas originales que colecciona su papá, pero “…ya no volvieron a salir, entonces tocó dejarlo así”, dice con una sonrisa tranquila, mientras nota el degradé entre blanco y amarillento que han adquirido, dependiendo del tiempo que llevan ahí pegadas.


 

Una de las actividades más importantes para Ana es escribir en sus diarios. Estos deben atraerla, su papel debe ser suave y rayado y su cubierta preferiblemente verde o significativa, como la del último que compró de Tom Riddle. Al preguntarle por qué sigue teniendo diarios ella responde: “Yo siento que algún día voy a perder la memoria, hay muchas cosas que no recuerdo”.

También colecciona esmaltes, una caja verde con tarritos de todos los colores. “Los usaba para no comerme las uñas, pero últimamente no los he usado… volví a comérmelas. Es la maldita ansiedad”. Mientras cuenta eso, como sintiéndose culpable por su vicio, la sonrisa tranquila desaparece un momento de su cara. Para la ansiedad Ana también come dulces todo el tiempo. Una vez empieza, no puede parar.

 

En una esquina, junto a la ventana, hay un canasto con todos los balones, que evidencian otra de sus grandes pasiones: los deportes. Desde pequeña jugaba volley, fútbol, básquet y tenis. “No soy la típica amotra, aprendo rápido y soy buena jugando. Soy muy competitiva en eso, no me pongo brava cuando pierdo, pero me gusta dar todo de mí”.

“Yo siento que algún día voy a perder la memoria, hay muchas cosas que no recuerdo”.

Por Santiago Llano

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